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Lunes 07 de junio de 1999
 
 

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HAZAÑA EN EL MAR: DESAFIO AL PELIGRO  
Tres argentinos lograron cruzar el Caribe en kayak

Tienen entre 50 y 54 años · Navegaron 1.600 kilómetros por el mar Caribe en pequeños botes al ras del agua · Hubo días que remaron 40 horas sin parar · Y se cruzaron con tiburones

FLORENCIA ARBISER

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AMIGOS. Horacio Giaccaglia, Jorge Iriberri y Alfredo Barragán, antes de partir al Caribe para iniciar su travesía.

Tres amigos llevan una vida común y corriente. Uno maneja la concesión de un balneario marplatense, heredado de su familia. Otro, como abogado en Dolores, atiende el estudio jurídico que perteneció a su bisabuelo. El tercero es dueño de una casa de materiales eléctricos en Mar del Plata. Con estos datos, nadie sospecharía que en las últimas semanas estos hombres se cruzaron con dos tiburones y sobrevivieron a los tumbos de olas de cinco metros cuando cumplían el desafío de recorrer en kayak 1.600 kilómetros del mar Caribe.

Horacio Giaccaglia -con 54 años y apodado "Tembo", que es elefante en swahili-, Alfredo Barragán -de 50 y conocido como "El Capitán"-, y Jorge Iriberri -"El Vasco", de 52 años- son argentinos, casados y con hijos. Por debajo de sus rutinas van planeado una locura y la cometen cada dos o tres años. Hace una semana completaron la última: en tres kayaks recorrieron desde el extremo este de Venezuela hasta San Juan de Puerto Rico.

La travesía por las Antillas duró 61 días, desde el 1 de abril al 31 de mayo: tocaron 23 islas de 12 países. El Comité Olímpico de Puerto Rico consideró una "hazaña histórica" que tablas tan "simples y pequeñas" -de 25 kilos y un solo remo- hayan cruzado el mar, navegando al ras del agua, sin la asistencia de ningún barco.

Cuando el abogado Barragán tenía siete años soñaba que las historias de Robinson Crusoe lo tenían de protagonista. En su vida de aventuras entrecortada por causas civiles y comerciales y asados, hace dos años Barragán fue hasta Mar del Plata a invitar a sus amigos al "plan kayak".

Entrenamientos en gimnasios, en el mar abierto y en el lago artificial del Club Naútico de Dolores se alternaron con investigaciones de meteorología y oceanográficas. También relevaron la historia de la tribu de los "caribes", que antes de la llegada de Cristóbal Colón recorría las Antillas menores en canoas.

Aunque rechazaron sponsors comerciales, consiguieron el auspicio de la Cancillería, el Comité Olímpico y la Prefectura Naval, además de adhesiones de embajadas y municipios. Con estos auspicios, cada país sabía de su arribo y los autorizaba a lo insólito: entrar y salir de las fronteras a bordo de tablas sobre el mar. Con distinta suerte, los alojaban en hoteles cinco estrellas o en camastros con gendarmes.

Cuando eso no pasaba, dormían en playas desiertas, dentro de carpas individuales que transportaban entre su mínimo equipaje. Cualquiera fuera la cama, la llegada de la noche era una fiesta: habían sobrevivido el promedio de 50 kilómetros que remaban cada día, en unas doce horas. Y lo festejaban con pizza, hamburguesas o pasta, "alguna comida económica".

A las 4 de la mañana, y sin despertador, se levantaban. Hasta las 6 trasladaban los equipos al agua y envolvían cada calzoncillo y cada gorro en bolsas impermeables.

Hasta el atardecer, y guardando entre sí una distancia de diez metros, remaban rogando que el instrumental no falle porque solo veían agua en el horizonte. A Dios le pedían que la corriente no sea su enemiga. "A cada rato charlábamos con Dios. El se debía matar de risa", contó Barragán a Clarín telefónicamente desde Puerto Rico.

Cada hora exacta, se detenían, soltaban el remo, tomaban agua y comían o una banana o una barrita de cholocate que llevaban lista entre las piernas. Según la brutalidad de las olas azules, iban completamente serios, improvisando payadas o contando chistes "de borrachos, de fútbol y de mujeres". Después de comer y de dormir, el día siguiente era en tierra de islas: dormían hasta las diez de la mañana, lavaban remeras, quitaban la sal de las cámaras de fotos y estudiaban pronósticos del tiempo y la próxima ruta.

Dos noches falló esta rutina: remaron 40 horas. El 14 de abril tampoco fue feliz: una ola tumbó el kayak de Iriberri y su hombro se corrió cinco centímetros. Quedó un mes fuera de la aventura.

Cuando Barragán y Giaccaglia estuvieron solos, dos tiburones de cuatro metros los cruzaron en un mar completamente calmo. Del primero huyeron. Al segundo, se le arrimaron para sacarle fotos.

Lo cuentan sin suspiros, como si hablaran de fotos a monos enjaulados, a paisajes amigables. Lo cuentan hombres con distintos termómetros del miedo.



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