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Travesía del fin del mundo - De Ushuaia al Cabo de Hornos en Kayak
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El regreso: si mi amigo estuviera en peligro... El 14 de abril, tras tres días de descanso forzado en el Cabo de Hornos, "decidimos" que el viento había calmado un poco. Nos cambiamos rápidamente y descendimos los 220 escalones que nos llevaban a la playa. Los Silva nos acompañaban, y nos advirtieron que las condiciones continuaban muy inestables. Mientras cargábamos los kayaks una tormenta de nieve se abatió sobre nosotros. Nuestras manos se congelaron. Sin embargo, ninguno de los tres amagó a abortar la salida. Víctimas del "síndrome de encierro", queríamos abandonar nuestra jaula. Saltamos al agua ignorantes de lo que nos esperaba, envueltos en nuestros trajes de gore-tex; sólo los ojos permanecían descubiertos. La tarde ya estaba avanzada y decidimos remar cercanos a la costa para protegernos del viento. Remamos durante una hora en dirección norte, y cuando nos separamos de tierra en dirección nor-noreste sentimos los "chubascos" de viento y granizo abatirse con violencia sobre nuestras cabezas. Remamos a toda velocidad, aprovechando el viento y las olas que nos empujaban de popa. La tormenta oscureció el cielo rápidamente, y la navegación se hizo cada vez más difícil. La visibilidad era casi nula cuando Emilio avisó que no se sentía muy seguro. Decidimos "hacer balsa", juntando los kayaks y cruzando los remos sobre la borda. La situación era francamente dramática, pero en ningún momento hubo pánico. El humor negro también ayudó. Analizamos la situación con calma: mientras nos mantuviéramos juntos no correríamos peligro... a menos que las olas nos tiraran contra la costa que ya no divisábamos; por otro lado, manteniendo la balsa no podíamos remar, y en consecuencia nos encontrábamos a merced del viento. Para colmo, Emilio empezó a sentirse mal. Estábamos como desorbitados, flotando en la oscuridad total. Decidimos llamar al Noomi, nuestro velero guardián, que sabíamos estaba en zona. Las comunicaciones fueron intensas, porque no lograban divisarnos. Tuvimos que recurrir a todo nuestro arsenal pirotécnico: disparamos una, dos, tres bengalas para que nos vieran. La pistola cayó al agua y se perdió. Recurrimos a las bengalas de mano, pero no funcionaron. Encendimos las luces estroboscópicas y continuamos con las comunicaciones vía radio. La situación empeoraba a cada momento y el frío nos congelaba. La lluvia tampoco daba descanso. Cuando el Noomi llegó a nuestra posición, casi nos pasa por arriba; al lado de nuestro pequeños kayaks semejaba un enorme animal enfurecido. Arrojaron una soga de rescate, pero de nada servía. Hubiera sido suicida abandonar nuestros botes para nadar hasta el Noomi, que no podía detener su marcha so pena de quedar también a merced de las olas. Decidimos permanecer unidos y pedimos a Greg que navegara delante de nosotros para mostrarnos el camino hasta el canal de entrada de la isla Herschel. Intentaríamos controlar nuestro avance con los timones... Tres largas horas duró esta situación que casi nos cuesta la vida. Desembarcamos en una costa oscura y rocosa con el agua hasta las rodillas, empapados y con los huesos calados por el frío. Eran casi las diez de la noche. Bajo la lluvia buscamos nuestro refugio y nos tiramos a dormir después de tomar una gelatina caliente. El tambucho trasero de mi kayak se había inundado y muchos de mis equipos estaban completamente mojados. Habían sido muchas emociones para una sola jornada.
Fotos: Pablo Basombrío (primera) | Pablo
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